Solo quien tiene un convencimiento verdadero
logra los fines más altos. Parece una opinión general considerar a la
convicción como una virtud del hombre. Siempre me dio cierta curiosidad (casi
una necesidad intelectual) cuestionar aquellas virtudes del hombre ampliamente
aceptadas pero que tienen un costado oscuro que es soslayado a pesar de ser tan
evidente al razonamiento crítico.
Muchas virtudes pueden ser usadas para
enmascarar el miedo y la mediocridad. ¿Es valiente quien no tiene nada que
perder? ¿Es íntegro quien actúa con honestidad solo por miedo al castigo? ¿Es
virtuoso quien abraza la fe por miedo a la muerte? ¿Se puede considerar
generoso a quien se desprende de algo que no aprecia? ¿Es verdaderamente libre
quien actúa con convencimiento solo por miedo a la inestabilidad de la duda?
Es extremadamente sencillo someterse a una
convicción ignorando cualquier otro pensamiento. No hay nada que brinde mayor
seguridad que una convicción sin concesiones y es la base de las religiones
occidentales. Quien tiene fe no tiene dudas y quien no tiene dudas no tiene
miedo.
El hombre moderno no puede permitirse tener
miedo a pensar ya que la historia a demostrado que solo sale fortalecido quien
se pone a prueba del pensamiento. ¿No es precisamente una virtud poder poner en
duda sus ideas más firmes y salir fortalecido? ¿Quién puede ser lo
suficientemente fuerte para abrazar la duda de sus convicciones más íntimas sin
caer en el más depresivo nihilismo? ¿Quién puede ser lo suficientemente audaz
como para templar su carácter en el escepticismo, endureciéndolo y fortaleciéndolo
como al sumergir un hierro ardiente en una cubeta de agua fría?
Hay una fortaleza innegable en la práctica del
escepticismo y es un ejercicio de libertad plena y un enfrentamiento con la
angustia que esta libertad genera. La convicción por definición es una auto
restricción, al menos temporal, de la libertad. El atractivo es innegable,
difícil es enfrentar el encanto seductor de un convencido con la presuntuosidad
caótica de un escéptico y sus razonamientos. Solo los convencidos pueden
generar la idolatría en el hombre.
El escepticismo, pese al inconveniente
innegable de quien se enfrenta a un abanico muy grande de posibilidades, nos
permite un acceso más irrestricto al conocimiento tanto por razonamiento como
por intuición ya que esencialmente realiza el ejercicio de intentar eliminar
todas las barreras y preconceptos. Nos permite volvernos más fuertes en base a
una mejor adaptación, doblarnos sin rompernos, tener la entereza de aceptar las
verdades más duras, poner a prueba nuestras ideas y fluir como el agua sin
estancarnos.
Pero que no se confunda, las convicciones son
fundamentales para focalizar los esfuerzos y encauzar el navío, evitando las
arrolladoras olas del escepticismo más despiadado. Creo firmemente que solo
quien tiene un convencimiento verdadero logra los fines más altos. El agua
puede fluir libremente, pero en todas direcciones y sin más determinación que
la generada caprichosamente por la inclinación de la superficie en la que se
encuentre. Las convicciones, como el mejor acueducto romano, permiten canalizar
esa fluidez para alcanzar un punto determinado de forma eficaz y con una
optimización de energía incuestionable.
Pero las convicciones pueden ser también
prisiones y hay una delgada línea entre el convencimiento firme y el fanatismo
ciego. Quien es verdaderamente virtuoso utiliza las convicciones como
herramientas temporales para alcanzar un objetivo y no como una auto encarcelación
intelectual. No es fácil caminar equilibradamente por esa cuerda tendida sobre
el oscuro vacío, pero de la única forma en que puede considerarse como una
virtud al convencimiento es desprovisto del facilismo, el miedo y la
mediocridad.
Comentarios