Nosotros, los hombres, así como todo lo que los rodea somos presas del tiempo. El tiempo, ese ente que lo envuelve todo y transforma cada instante transcurrido en una huella marcada sobre un pasado imborrable pero que a su vez nos permite trascender hacia instantes de un futuro porvenir. Todo fluye, todo se encuentra en cambio permanente y nada permanece estable gracias al tiempo.
El hombre existe en un tiempo y en una sociedad, sus actos solo tienen sentido en relación con otros hombres y en un determinado tiempo. Su existencia precede a su esencia, el hombre existe y luego es. Sobre el tiempo construye su esencia y mientras el existe la única limitación a su libertad es aquella a la que el mismo le confiere algún significado por lo que es tan ilimitada como este desee que ella fuera. Al vivir en sociedad la mirada del otro es una presencia constante y condicionante por lo que se podría decir que vivimos siendo juzgados continuamente. ¿Pero que es lo que juzga la mirada del otro? En general no se juzga lo que se hace ni lo que se hará, sino lo que se hizo.
El hombre lleva a cuesta suya el surco marcado por su andar, su pasado, esa mochila de hechos consumados que poseen el peso que el mismo hombre les da. Los hechos por si mismos son carentes de significado y tan livianos como el aire. Depende solo de nosotros la elección de transitar nuestro presente sin llevar ninguna carga a nuestras espaldas o morir aplastados por ella.
En el pasado, nos petrificamos en el tiempo y perdemos toda trascendencia, por lo que nuestro ser deja de ser para poder ser pasado. La muerte solo existe cuando el hombre deja de existir, por lo que todo pasado requiere la muerte de un ser, pero no el ser que somos, sino el ser que fuimos.
A menudo el hombre comete el error de castigarse absurdamente al juzgar su pasado como representándose a su ser presente cometiendo los actos del pasado del mismo modo en que fueros cometidos. Entre el ser que fui y el ser que soy se encuentra el tiempo, no puedo obviar este hecho ni su actitud transformadora. No es justo juzgar lo que fui con los parámetros de lo que soy ya que esos parámetros me los ha dado el tiempo.
Con el advenimiento de la muerte el pasado lo abarca todo y así como una estrella muere se apaga abruptamente la libertad de elección. En este caso, el destino del ser ya a quedado escrito de manera inalterable por lo que el hecho de juzgar a un ser luego de muerto es aún mas difícil que juzgar el pasado de un ser vivo. En este caso, ya no existe ser, ya no existe elección. No hay nada mas dificultoso que juzgar los actos de un ser que ya no existe, de un ser que ya no es, que ya no puede elegir otro camino mas que el que ha tomado y que ha tomado ese camino bajo condiciones que ya no existen.
Entonces, surge el interrogante ¿Puede el futuro juzgar al presente? Poca gente nace para ser póstuma. Somos presas del presente y rara vez el futuro juzgará con justicia nuestros actos. Pero no existiría la justicia si no podríamos juzgar los hechos que los hombres cometen una vez que estos ocurrieron, por lo que es necesario que tengamos la facultad juzgar coherentemente el pasado.
Lo que es necesario tener en cuenta y resaltar es que no es tan fácil como parece o como a menudo se hace. Deben tenerse en cuenta gran cantidad de factores que rara vez se analizan como el entorno. Cada ser actúa libremente pero con un entorno que lo condiciona y que cambia a cada instante y no podemos juzgar actos del pasado sin tener en cuenta bajo que condiciones se llevaron a cabo. No es justo mirar con los ojos del presente a los seres del pasado.
Comentarios
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para agregarte a mi lista de lectores. Saludos desde México!!