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La Sociedad de los Bibliotecarios


Salió de su casa con el mismo desgano de los días anteriores y al mirar hacia arriba sonrió al sentir cierta reciprocidad en la climatología. El cielo se encontraba de un color grisáceo verdoso dando la impresión de una pintura vieja y enmohecida, casi se podía oler la podredumbre en el aire. No sabía bien a donde iba ni por qué, pero el papel con la dirección que tenía en la mano tal vez era lo más cercano a un propósito por el cual levantarse de la cama ese día, por lo que estaba realmente agradecido por eso

El recuerdo de cómo llegó ese papel a sus manos se le presentaba borroso y con un dejo de irrealidad. Una persona a la cual nunca había visto en su vida, se presentaba misteriosamente en uno de sus momentos más tristes con una caja pequeña que contenía algunas pertenecías de su padre recién fallecido y remarcándole una recomendación. – Si vas, hazlo solo y no hables con nadie. Tu padre fue muy terminante en este punto.

Dado que la dirección no estaba muy lejos de su casa, llegó caminando al lugar y se encontró con una puerta de madera sencilla, despintada y sin ningún atisbo de grandiosidad, en una calle intrascendente de un barrio intrascendente. Distintos grafitis se superponían uno sobre otro en una pared que acumulaba infinitas historias solapadas en capas de pintura agrietada. No pudo evitar sentirse totalmente decepcionado. Una semana entera había conservado el papel en su poder sin decidir qué hacer. Una semana entera plagada de conjeturas y elucubraciones de toda índole. Tanta expectativa no podía ser saciada por una puerta de madera despintada e insignificante.

No había timbre, por lo que tuvo que golpear la puerta repetidas veces. Pasado un tiempo comenzó a escuchar ruidos del otro lado, un ascenso pesado y lento por una escalera, una respiración entrecortada, el encendido de una bombilla y finalmente una voz que preguntó. — ¿Quién se presenta?

— Hermes — Respondió. — No era su nombre, por supuesto, pero sabía que cuando preguntaran debería decir eso. Esa palabra secreta era lo único que venía indicado en el papel, además de la dirección y el pedido estricto de confidencialidad. 

La puerta se abrió y los oxidados goznes alzaron su voz en señal de protesta. << Las puertas están hechas para ser abiertas, pero está claramente no. — Pensó. — Daría lo mismo que fuera reemplazada por una pared de ladrillos. >> Una vez abierta, pudo divisar del otro lado una persona de edad avanzada con pelo entrecano hasta los hombros pero muy fino y débil, lo que hacía que en varios puntos pudiera verse claramente su cuero cabelludo. A pesar de su vejez tenía unos ojos grisáceos penetrantes que denotaban una gran vitalidad, aunque descansaban sobre grandes bolsas de piel flácida que colgaban y competían con otros pliegues de piel tan largos como ellas, como el de sus mejillas y su papada.

Se quedaron mirándose mutuamente unos segundos sin decir nada, lo que pareció durar una eternidad. — Adelante. — Dijo, mientras sus labios arrugados esbozaban una mueca de sonrisa. — Se perfectamente quién eres. Es como ver a tu padre 30 años más joven, todavía recuerdo cuando llegó por primera vez y estaba tan asustado como vos.

Acompañó al anciano por una fina escalera con escalones desgastados y absurdamente pequeños que descendía hasta un ambiente sencillo y descuidado en donde solo se veía una mesa pequeña de madera, una cocina de dos hornallas, un ventilador de pie y dos puertas. Si bien parecía ordenado y limpio, el lugar olía a humedad y a tabaco barato, lo que le produjo una sensación desagradable en el estómago. La luz era escasa pero podía verse claramente como el empapelado descolorido de las paredes se había resquebrajado en prácticamente todos los bordes. <<El lugar envejece y muere, tanto como se está muriendo el viejo, al parecer.>> 

Avanzaron por un pasillo que terminaba en una escalera negra en forma de caracol por la cual continuaron descendiendo — Cuidado con los escalones — Advirtió. — Una vez que empiezas a caer ya nada te detiene. La escalera continuaba por al menos 20 metros en vertical, lo que daba una sensación de vértigo nada despreciable, y finalizaba en el centro de un hall inmenso. El piso del hall se componía de pequeñas baldosas de colores que tenían distintas formas geométricas pero que en su conjunto y vistas desde la altura de la escalera, formaban un fractal que tenía su centro de simetría en el lugar donde finalizaba la escalera. <>

Una vez que llegaron al suelo pudo apreciar la exagerada altura del hall en donde casi no se podía distinguir el cielo raso de la negrura. A su alrededor se encontraban una docena de columnas de piedra negra brillante que llenaban el enorme espacio vacío entre la fastuosidad que los circundaba y la mediocridad de la vivienda del viejo de una manera irreal, como si se pretendiera unir dos universos paralelos con un puñado de alfileres. Más allá de las columnas podían verse unas altas paredes separadas por angostos pasillos que se dirigían en todas las direcciones y en ninguna de ellas podía observarse un final. 

— Creo que estaba por aquí — Decía el viejo mientras pasaba sus temblorosas manos por una de las columnas. — Listo, este es el interruptor.

Las luces comenzaron a prenderse en el hall y en los distintos pasillos. De repente pudo divisar que las paredes no estaban hechas de ladrillo sino de libros, de todos colores y tamaños, algunos finos como revistas y otros muy anchos y suntuosamente encuadernados. <<¿Cómo puede haber una biblioteca de esta magnitud en este sitio? ¿Puede existir una colección privada de este tamaño en este lugar tan intrascendente de la ciudad sin que sea conocida por la gente?>> 

En un rincón del hall había una gran mesa de madera lustrada con los bordes y las patas finamente talladas. Junta la mesa había sillas con respaldos tan altos que superaban fácilmente la altura de una persona sentada. El viejo tomó asiento en una de las sillas y se quedó mirándolo fijamente.

— Siéntate. — Dijo. Reiterando luego de un incómodo silencio — Por… Favor.

— ¿Qué es este lugar? — Preguntó boquiabierto. <<En realidad lo que necesito saber es que hago aquí — Pensó — Pero debería saberlo, no debería haber venido a ciegas, sin decirle a nadie, a un lugar subterráneo y desconocido, claramente fue una idiotez y expresar mis inseguridades en voz alta solo haría que me tome por idiota.>>

— Una biblioteca, ¿No lo ves? — Dijo el viejo mientras sus finos labios esbozaban una sonrisa desagradable.

— ¿Porque mi padre me dejó esta dirección? ¡¿Por qué yo?! ¡¿Qué significa?! ¡¿Qué estoy haciendo acá?! ¡¿Qué se supone que tengo que hacer con todo esto?! — Sin darse cuenta, fue levantando la voz a medida que las preguntas le salían precipitadamente de su boca, incontenibles e incontrolables. La máscara de seguridad que se había confeccionado se le desplomó tan rápidamente que lo dejó confuso y agitado. 

— Tranquilo, esto estaba planeado y yo estaba esperando que llegues de un momento a otro. En general estas cosas no son hereditarias, seguimos un proceso de selección muy riguroso, pero tu padre insistió tanto… — Dijo mientras seguía mirándolo y sonriendo. <<Sus labios son como dos gusanos arrugados. No puedo apartar la vista de ellos.>> 

— ¿Qué es lo que se supone que heredé? — Dijo mientras tomaba asiento y recuperaba el aliento.

— El uso irrestricto de nuestras facilidades. 

— ¿Qué… “facilidades” son estas? <<¿Mi padre me heredó una biblioteca subterránea? — Pensó — Hubiese preferido un departamento de dos ambientes.>>

— Esto que tengo atrás mío, no es una biblioteca cualquiera, niño. Cada libro contiene encerrada la esencia de una personalidad determinada, con todas sus reacciones, pensamientos y emociones. Conociendo estos libros puedes saber exactamente que piensa y cómo reaccionará cada persona en el mundo frente a cualquier discusión posible mientras hables con ella. 

— No entiendo, ¿Por qué debería serme útil esto? ¿A quién le importaría leer estos libros? 

— A todo el mundo. El ser humano ya no vive con el peligro constante de ser acorralado por algún animal que desea matarlo como en sus orígenes. El hombre de hoy vive en una sociedad normalizada por leyes y reglas de conducta, que da una apariencia de seguridad a su entorno, pero en su interior nunca dejó de sentirse constantemente amenazado. Lo desconocido aterroriza al hombre, siempre. ¿Cómo puedo predecir el accionar de un ser que no conozco? ¿Como puedo vivir tranquilo rodeado de seres con reacciones impredecibles para mi? Así no funciona este mundo. Nosotros necesitamos saber. Necesitamos que cada persona que existe se encuadre en uno de estos libros. — Remarcó las últimas palabras golpeando su índice sobre la mesa, lo que lo hizo ver amenazante.

— Cada uno de estos libros serían como estereotipos de personas — Respondió lentamente y en un tono apenas audible, mientras acomodaba sus pensamientos. 

— No… es un poco más profundo que eso. El juicio anticipado sobre una persona es una herramienta evolutiva necesaria. Es tan importante para el hombre como el caparazón a una tortuga. Todos los hombres viven prejuzgando cada momento, cada situación y a cada persona. ¡Es lo que nos hace únicos! Estos libros solo facilitan esa tarea. Resulta muy reconfortante clasificar a las personas ya que lo inclasificable da incertidumbre y la incertidumbre asusta. 

— No hay nada más cómodo — Continuó el viejo — que tomar un tomo de nuestra biblioteca antes de discutir con alguien. Capricorniano, zurdo, facho, hijo único, padres separados, gordo, flaco, acomplejado, conformista, obsecuente. La biblioteca es muy grande, como verás, ya que hay muchas variantes y combinaciones, pero el secreto de todo esto es que la cantidad de libros es acotada y se mantiene inalterable en el tiempo. 

— Pero no tiene sentido — Dijo, pensativo — ¿Cuántos tipos de personas existen? Debe haber tantos libros como personas hay en el mundo ya que no existen dos personas idénticas. Además, las personalidades cambian constantemente y se crean nuevas a cada segundo. Es imposible que esta biblioteca se mantenga actualizada y sin modificaciones a lo largo del tiempo.

— ¿De verdad eres hijo de tu padre? No pensé que fueras realmente tan duro de entendederas. Las personas no existen, solo existen tus interpretaciones. Contéstame algo niño, cuando conoces a una persona por primera vez ¿Puedes olvidarte de los vicios, actitudes y reacciones del resto de las personas que conoces o conociste alguna vez en tu vida? ¡Claro que no! Un mecanismo de defensa básico pero no por ello menos efectivo. Todos los hombres hacen uso del prejuicio tanto como del aire que respiran solo que de una manera poco metódica, cambiante y caótica. El caos asusta y el orden reconforta. Nosotros solo perfeccionamos el mecanismo.

— Pero si solo poseo interpretaciones y mis interpretaciones se encuentran limitadas por estos libros, nunca más podré conocer nada nuevo de ninguna persona que pueda modificar mi forma de relacionarme. Mi conocimiento social queda congelado de una vez y para siempre. — Sintió un escalofrío cuando terminó de decir la última frase.

— Cuando termines la iniciación no vas a necesitar conocer la opinión de nadie. Ya no es necesario discutir con nadie ni comprender realmente a nadie. Vas a saber muy bien lo que piensa, como reaccionará y que siente la persona que está enfrente tuyo. Aunque la persona exprese pensar algo diferente, a ti no te engañará, en los libros está lo que en realidad piensa. Ya nadie podrá confundirte.

— ¡El que se estaría engañando a si mismo sería yo! — Respondió cortante — ¿Pero qué pasa si hay cosas que no concuerdan? ¿Qué pasa si las actitudes de las personas no encajan en ningún libro que conozca?

— Confía en que una vez que tengas el conocimiento, harás encajar a todas las personas, aunque no siempre el proceso es tan amigable… para la otra persona — El viejo esbozo una sonrisa muda. — Las páginas del libro que no concuerdan siempre pueden llenarse con ironía y sarcasmo. Alguna pizca de crueldad tampoco está nada mal si lo que se quiere es doblegar el espíritu de quien se niega entrar dentro del sistema clasificatorio — Dijo entre risas — Al final de cuentas, una vez que formes parte de la sociedad, ya no te importará que la otra persona te contradiga, lo importante es lo que vos pienses. Lo fundamental es que vos estarás convencido de tu conocimiento completo de la otra persona. Tu seguridad te hará ver la vida de una forma muy diferente, créeme.

— No creo estar de acuerdo con eso y solo veo una especie de auto-engaño basado en creencias cuasi religiosas. Pero de todas formas — Dijo mientras sacudía la cabeza — No veo como una tonelada de libros pueda ayudarme en mi vida diaria. No me alcanza una vida entera para aprenderme semejante magnitud de información.

— Sin duda una persona joven como vos tiene mucho tiempo de vida aun… — El viejo le clavo los ojos grises y soltó un suspiro hondo, como de nostalgia. Por un momento le dio la impresión que no lo miraba a él, sino que miraba algo dentro de él, cosa que le dio tanta impresión que desvió la mirada. — De todas formas, — Prosiguió — Te alegrará saber que no hace falta tanto tiempo de aprendizaje ya que tenemos un… sistema. Hoy mismo podrás salir de aquí con toda la información necesaria, si así lo deseas. 

— ¿De que consta este sistema? ¿Vas a abrirme la cabeza y conectar alguna especie de pendrive? No creo que me dé la capacidad de almacenamiento de mi cerebro para todo esto — Dijo con una sonrisa irónica. 

— No creerías la cantidad de información que entra en ese precioso disco rígido que tienes dentro del cráneo .— El viejo estalló en una carcajada que termino en una tos convulsa y prolongada. — El problema no es la capacidad de almacenamiento sino la forma de carga de información — Dijo después de un rato mientras lo miraba fijamente y juntaba la yema de sus dedos. — Pero primero lo primero, necesito que estés convencido de esta herramienta, no tiene sentido darle margaritas a los chanchos, ¿No crees?

— Por supuesto que no estoy convencido, yo creo que el prejuicio podrá ser natural pero no debe ser una herramienta. Debe ser algo del que nos esforcemos por desprendernos ya que es una carga que impide el conocimiento certero de la otra persona.

— ¿Certeza decís? Los hombres que forman parte de esta sociedad flotan con los pulmones henchidos de certezas. Esa hermosa certeza que solo puede alcanzarse en los sueños. En cambio, los niños porfiados como vos están condenados a vivir con pies de plomo.

— Certezas basadas en la ignorancia. — Respondió rudamente — Viven con la seguridad que solo puede darte desconocer la verdad de las cosas. Si todo lo que existe es un universo de interpretaciones, como bien dices, entonces todos tenemos la verdad y a su vez nadie la tiene. La única forma de encontrar la verdad es en el dialogo con el otro y en la contraposición de las interpretaciones de ambos. Si existe alguna verdad en los hechos tiene que surgir de este mar ecléctico de pensamientos y su confrontación constante.

— ¿De qué verdad me hablas? Verdad es aquella que concuerda con nuestra creencia. Así es y así ha sido siempre. Lo único importante es que creas fervientemente en ella. Cuando la verdad está atada al poder de tu voluntad ya no tienes miedo y tu mente puede volar libre de ataduras.

— ¿Este es el servicio que brindan? ¿Seguridad onírica basada en el más inmundo prejuicio para evitar el miedo ante lo desconocido? Discúlpame, pero prefiero el miedo y la inseguridad antes que la lobotomía.

— Calmate, te traeré un café. — Respondió el viejo soltando un suspiro. — Por el cariño que le tenia a tu padre voy a hacer un esfuerzo por que comprendas cabalmente cuales son las ventajas de nuestro método.

El viejo se alejó por uno de los pasillos hasta perderse de vista. El amplio hall quedó en un silencio absoluto pero dentro de su cabeza los ruidos eran aturdidores. <<¿Esto es real? ¿No estaré soñando?>> Trató de recordar las partes más importantes de su conversación, nada de lo que decía estaba bien, nada. Lo sabía en su interior, pero lamentablemente carecía de los argumentos dialécticos necesarios para rebatir por completo al astuto anciano. El desagrado que le producía aquel personaje no podía explicarlo con palabras, con sus manos temblorosas y su risa cargada de desprecio.

Al cabo de un rato el viejo apareció con dos tazas de café, las dejó sobre la mesa y volvió a sentarse tomando una entre sus finos dedos. El viaje parecía haberlo agotado — Cada año que pasa las distancias parecen más largas — Dijo. — Como si el espacio se expandiera de manera proporcional al paso de los años. En fin, ¿Tienes alguna pregunta puntual para hacerme? Trataré de ser lo más sincero que pueda contigo.

— ¿Quién es el dueño de todo esto?

— Todos y ninguno a la vez. No podría indicarte con seguridad quienes fueron los fundadores ya que esta biblioteca parece ser tan antigua como la raza humana. Somos una sociedad formada por gente común, solo aspiramos a una vida tranquila y sin sobresaltos. Con el tiempo, muchos de nuestros miembros suelen saborear las mieles del éxito ya que no hay nada que este mundo adore más que a una persona convencida, segura y decidida. Eso es lo que somos y eso es lo que este mundo necesita, aparentemente hoy más que nunca. La duda es una debilidad.

— Hay quienes los llamarían necios y prejuiciosos, y eso si que es una debilidad.

— Prejuicio o incertidumbre, es una o la otra. Pero ten cuidado, el camino de la incertidumbre es un camino de baldosas resbaladizas, cada tanto hay alguna pieza faltante y la gente suele caerse al vacío. La caída no te mata, pero es de las cosas más dolorosas que existen. Hay quien vive aferrado a la baranda solo por miedo a caerse y créeme que no es una forma digna de vivir.

— Discúlpame, pero elijo la incertidumbre. — Contestó secamente. Luego se levantó dando la espalda al viejo en dirección a la escalera caracol. A mitad de camino tuvo que sostenerse de una de las columnas ya que se sentía mareado. <<No debí levantarme tan rápido, me habrá bajado un poco la presión — pensó — mientras caminaba hacia la base de la escalera caracol>>. 

No había llegado a dar cuatro pasos más cuando se le aflojaron ambas rodillas y cayó al suelo. <<¿Qué me pasa? No me responden las piernas.>>

— De verdad lo siento mucho, tu padre se equivocó al enviarte aquí. — Dijo el viejo, que nunca se levantó de la silla — Dije que éramos una sociedad de gente común y tranquila pero la verdad es que podemos ser muy violentos con quienes amenazan nuestro estilo de vida.

— No lo entiendo — dijo y notó como fallaba su voz en las últimas sílabas.

— Y nunca lo entenderás.






Nihilist.

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