El ser concientes de nuestra conciencia nos hace únicos. Ningún otro ser sobre la tierra tiene esa capacidad, ese dón.
Todos los hechos en la vida del hombre giran en torno del mismo eje, su centro de gravedad y su bien mas preciado.
Tan importante resulta para el hombre ese hecho que en muchos casos se convierte en un débil subordinado, dependiente en extremo y esclavo de su conciencia.
El hombre moderno adolece de un exceso de conciencia, una enfermedad que se esparce a ritmos cada vez mas elevados. Todo debe ser pensado, cada acción, cada paso, cada sensación, cada olor, incluso el amor. Todo debe pasar por esa maquina transformadora.
El aire que respira el hombre enfermo es denso y oscuro, es un aire viciado de embriagante predictibilidad.
A donde quiera que mire, su sendero esta escrito, todo es plano y agobiante, nada puede ser cambiado, nada se transforma y todo permanece.
Las distracciones al costado del camino no hacen más que hundirlo en una depresión galopante. No le es posible ver ninguna ruta alternativa, no existe para el, otro camino más que el que recorre.
El mito de la personalidad, construido en la era moderna no hace más que alimentar este hecho.
El repugnante determinismo con el que se trata este tema, clasificando y encasillando a las personas, no hace más que degradar constantemente al hombre hacia estructuras más simples y menos interesantes. ¿Qué es menos atractivo que lo conocido?
Resulta lógico que si al hombre le resulta difícil concebir alternativas en su exterior, le ocurra lo mismo con su interior. La multiplicidad de almas en un solo pecho, al igual que la subestimada espontaneidad, no le parecen otra cosa más que síntomas de locura.
La verdad es que todos somos multifacéticos, pero nos han enseñado a alimentar solo a una de nuestras aristas por lo que las demás se han muerto de hambre.
Siempre se enalteció al pensamiento y es perfectamente coherente eso. No se trata de reivindicar la inconciencia pero el hecho es que se esta obviando algo esencial. Existen cosas que deben pensarse y otras que solo deben sentirse.
En el momento en que pensamos un hecho es el momento en que lo transformamos. Nuestra conciencia es la medida de todas las cosas por lo que siempre tratamos de amoldar, generalmente a la fuerza, todo hecho a nuestras concepciones.
Con frecuencia en este proceso transformador creamos y destruimos con una libertad insólita, colocamos cosas que nunca existieron sobre los hechos, suprimimos lo que no coincide con nuestra norma, moldeamos y rellenamos a gusto.
Luego de todo esto, nos sorprendemos y desilusionamos al no encontrar algo que estaba allí, algo en lo que depositamos toda nuestra esperanza y expectativa pero ahora resulta que no existe. ¿Por qué? Porque sencillamente nunca existió.
No existe prueba más grande que esta para afirmar que el amor, es una de las cosas que jamás puede ser pensada.
¿Como puede el hombre subordinar el pensamiento al sentimiento? ¿Cómo puede el hombre dominar a su conciencia?
Todo se reduce al siguiente interrogante, ¿Qué nos asusta más? ¿Pensar o Sentir?
Lo que sentimos no podemos cambiarlo, no se amolda según nuestra conveniencia, esta allí, inalterable. Es una alarma que nos recuerda que existen cosas que se escapan a nuestro control.
Es solo cuestión de perder el miedo.
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