El contrapunto, como técnica
de composición musical, desde su desarrollo en la edad media hasta hoy en día fue
creciendo en influencia de tal forma que hoy no concebiríamos la música sin el
contrapunto o las variantes que surgieron de él. El éxito de la técnica es
evidente al lograr un equilibrio armónico entre líneas musicales aparentemente
independientes que por sí solas no podrían lograr esa estructura musical
superior.
En cierto modo, el arte
de la discusión entre personas puede verse como un experimento contrapuntístico
de la retórica en donde se confrontan argumentos diferentes en búsqueda de algo
superior. Las líneas de pensamientos diferentes pero pendientes una de otra de
forma de reaccionar en consecuencia se solapan, cruzan, chocan y convergen para
luego volver a separarse en una danza dialéctica que puede dar lugar a debates filosóficos
tan hermosos como la mejor obra de Bach.
A este tipo de discusión
podríamos llamarla “Discusión Dialéctica”
y no busca un argumento ganador y uno perdedor sino que busca que de la
confrontación de los contrapuestos se obtenga una mejor comprensión del objeto
en discusión y una línea de pensamiento superadora de aquellas iniciales. Es un
proceso intelectual del cual no solo se logra una gran belleza retórica en su
devenir sino que además produce conocimientos nuevos que los contrapuestos no
hubiesen logrado en su soledad.
Lamentablemente resultan
mucho más comunes en la actualidad otros dos tipos de discusiones que no solo
fallan en lograr ese objetivo superador final sino que además cuentan con un
proceso discursivo que a menudo es angustioso y agresivo para los participantes.
La primera de estos dos
tipos de discusiones fallidas es la que produce quien discute con su reflejo en
el espejo y se regocija en reforzar su idea con la evidente e inevitable coincidencia
con su interlocutor, que es el mismo. En términos musicales es la Discusión Monodia, que en contraposición
a la polifonía solo tiene una línea musical que se repite una y otra vez. Como en
los cantos gregorianos de la edad media no se puede negar que se logra cierta fuerza
mística en la repetición pero al carecer de elementos diferentes, contrapuestos
y cualquier tipo de interacción entre ellos se suprime la dialéctica y con ella
toda esperanza de evolución hacia algo diferente del punto de partida.
La Discusión Monodia normalmente se produce con varias personas
diferentes e independientes y no solamente con una persona y su reflejo
especular. Esto la hace muy peligrosa ya que de esa forma tiene aspecto de discusión
real y no es solo un monólogo personal y esquizofrénico que nadie tomaría en
cuenta. El Ego siente un placer inconmensurable en rodearse de personas condescendientes
que asienten y refuercen su idea original en una discusión ya que la contraposición
de ideas pone en peligro su seguridad argumentativa amenazando su orgullo.
La irrupción del
contrapunto en una Discusión Monodia da lugar al segundo tipo más común de discusiones fallidas y es aquella en
donde los interlocutores tienen “autismo argumentativo” y sostienen su línea de
pensamiento con fuerza y audacia, exponiendo distintas herramientas y variantes
en sus argumentos pero sin ningún tipo de relación, comprensión ni interacción con
la persona que tienen enfrente. En términos musicales sería una Discusión de Ruido en donde la suma de
ambas líneas melódicas se encuentra inarticulada y solo produce una aberración musical
desagradable para el oído humano.
Aquel que con el tiempo
y debido a su entorno (autogenerado) se ha acostumbrado al tipo de discusiones mono-melódicas
se ve altamente sobresaltado frente a la aparición del “otro” verdadero, aquel
que piensa diferente a él, su contrapunto. La obstinación aparece rápidamente como
coraza y la violencia verbal se prepara pronta para ser esgrimida como espada
en defensa de la confortable seguridad intelectual del monoteísmo argumentativo.
El ruido se hace insoportable y en general este tipo de discusiones terminan
abruptamente dejando un sendero de insatisfacción a su paso.
La discusión dialéctica
es una especie en extinción ya que requiere de cualidades que son antigüedades en
la sociedad contemporánea del emoji, la “big data”, la comunicación impersonal instantánea,
el individualismo, la sobreinformación y la inevitable pérdida de empatía y
fobia a la otredad. Una discusión dialéctica se basa en conceptos tan sencillos
como “anticuados” para esta modernidad; escuchar al otro, mirarlo a los ojos e
intentar entender su razonamiento, cuestionar el pensamiento propio por sobre
todas las cosas, desafiarlo de distintos puntos de vista elaborando argumentos
nuevos si es necesario. A veces solo es necesario callar y pensar.
Hoy más que nunca el
miedo invade a las personas que se recluyen en un caparazón digital para evitar
toda discusión que genere algún tipo de contacto visual que cargue
peligrosamente de realismo a la situación. Nunca el ego estuvo más protegido
que detrás de un smartphone en una red social. Frente a esta pérdida de
realismo, las ideologías, pensamientos e ideas antes sólidos y capaces de
conmocionar al mundo hoy son suaves y livianos como el éter.
La fortaleza de una idea
se logra poniéndola a prueba, machacándola y enfrentándola frente a todo
contrapunto posible. De esa forma la línea argumentativa evoluciona y se ve
fortalecida durante el proceso. Una idea discutida sin escuchar al contrapunto,
en la confortable soledad o en la condescendencia absoluta es una idea débil, frágil
y difícil de sostener cuando llega el momento de ponerla a prueba.
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