Mientras el sol se asomaba tímidamente y comenzaba a iluminar el rígido concreto de una esquina céntrica, uno de sus rayos impertinentes se filtró entre los aun fríos edificios, iluminando el rostro arrugado de un vagabundo que despertaba lentamente de su letargo.
Un abogado que caminaba con paso resuelto se paró en la misma esquina en donde se encontraba el vagabundo. El abogado, esperando para poder cruzar la calle, fue alcanzado por el mismo rayo de sol que iluminó al mendigo, pero no lo advirtió por estar usando lentes negros.
Al ver al vagabundo en el suelo, resuelve dejarle en su sombrero deteriorado, un arrugado billete de dos pesos que encontró en su bolsillo.
- Gracias, ¿no? – Dijo el abogado luego de algunos segundos.
- ¿Cómo? – Preguntó el vagabundo sorprendido.
- Estaba esperando que usted me agradeciera.
- ¿Por qué debo darle las gracias? De hecho creo que es usted quién debe darme las gracias a mí por haber aceptado su mugroso billete.
- Usted es un desagradecido – Dijo el abogado con desprecio.
- No, usted no entiende… Este billete para mí no significa mucho porque lo que puedo hacer con él es realmente muy poco. En cambio usted está comprando algo que vale mucho más que el valor de este retazo de papel. Está comprando paz de conciencia. Se siente benefactor ¿No es cierto?, se siente poderoso... ¡puedo verlo en las facciones de su rostro!
Ha sido bendecido con la preciada humildad de los grandes hombres. ¡Todo por un mugroso billete! Es la estafa más grande de la historia, ¿No cree? Usted me ha robado y además se siente con el derecho de exigirme que le agradezca.
- ¡Mi acción fue totalmente desinteresada!
- ¡Por favor! No existen acciones totalmente desinteresadas, terminemos con el mito altruista que bastante falsedad ha traído al mundo. Tus acciones, como las mías y como las de todos los hombres, son en esencia egoístas. Siempre y sin excepción alguna.
- ¡Las mías no! Créame, que le estoy diciendo la verdad - Dijo el abogado mientras se le dibujaba una sonrisa burlona en su rostro.
- No. Usted miente. Y está bien que usted me mienta. No solo esta bien, sino que me atrevo a decir que sería algo admirable si en verdad supiera porque debe actuar de ese modo. Es razonable que mienta, ¿Por qué ha de decir la verdad a un pobre vagabundo, si ello no le trae ningún beneficio? ¿Qué obligación tiene usted con mi persona? ¿Quién soy yo para exigir su sinceridad? El derecho y la soberanía sobre su sinceridad es algo que solo usted puede otorgar.
- No entiendo… ¿Por qué sería admirable que mienta? – Preguntó el abogado, que de a poco había sido cautivado por la extraña dialéctica de aquel hombre errático.
- ¡Porque para mentir hay que tener valor! Las mentiras… Son hermosas, ¿No cree? Las hay tantas como estrellas hay en el cielo. En cambio, la verdad, podría decirse que hay una sola, pero a diferencia de las divertidas mentiras, esta es extraordinariamente narcótica. No hay nada más sencillo, mediocre y aburrido que someterse completamente a ella.
¡Qué aburrido debe ser decir siempre la verdad! Para someterse a la verdad no se necesita pensar, ¡Abstengámonos de usar nuestro cerebro! No es necesario pensar en nuestra persona y en nuestra conveniencia, no se necesita ningún razonamiento, ningún análisis, ninguna originalidad, ningún intento de preservación. Es cuestión de reducir nuestra voluntad a su más mínima expresión, incinerar nuestro ego hasta obtener solo un puñado cenizas.
En cambio, el solo hecho de mentir es un grito de individualidad, un triunfo de la razon sobre la mediocridad. Pero resulta que mentir esta mal... En toda circunstancia. ¿Qué dicen los valores de la sociedad? ¡No debes mentir! ¡Mentir es pecado! O lo que es lo mismo, ¡Conviértete esclavo de la verdad! ¡Sométete! ¿Debo otorgarle a cualquier inquisidor, sea quien sea, el derecho a conocer mi verdad aunque esta me perjudique? Es sencillamente una locura.
- No me considero un esclavo, soy libre de mentir, pero prefiero no hacerlo, se encuentra dentro de mis principios – Dijo el abogado, por lo bajo, como contestando a los pensamientos que surgían en su cabeza.
- Yo también, soy libre. Soy libre de dinero, libre de comida, libre de propiedad… Soy mucho más libre que usted ¿o no? Al no poseer nada lo poseo todo. – Dijo el vagabundo y luego soltó una carcajada tan fuerte que lo incomodó.
¿Sabe cual es su problema? Tiene miedo a reconocer su egoísmo. Porque lo ha crucificado detrás de un sistema de creencias tan antiguas como ridículas. La realidad es que el hombre miente por naturaleza, es parte de su instinto de preservación. No ver esta realidad nos lleva a ver una sociedad enferma, llena de mentirosos, embusteros y farsantes.
Qué mundo horrible es el mundo en que vivimos, que repugnancia que se siente al analizar los valores de la sociedad con la sociedad de valores. Pero, por suerte, es muy sencillo desprenderse de tal horrible paisaje… Solo tienes que dejar de ver a las personas como grandes farsantes e inmediatamente dejarán de serlo, porque de hecho, solo existen en tu cabeza.
- Creo que eso es una gran verdad… - Dijo el abogado para sus adentros.
- Es probable, o solo le he mentido para poder conversar con usted y despojarme del aburrimiento que me abruma. Después de todo, no creo que lo conozca lo suficiente como para que merezca que le entregue el derecho a mi sinceridad en una bandeja de plata. ¿O no?
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