Me impresiona la
facilidad con la que puede lograrse, desde una posición de poder, que una gran
cantidad de gente sufra una pérdida total de empatía por el prójimo. ¿Cómo puede
no sentirse empatía frente a una persona pisoteada por alguien más fuerte? ¿Cómo
puede no sentirse empatía por un apaleado por las fuerzas del “orden”, un
reprimido por reclamar lo que a todas luces le corresponde? De alguna forma
lograron naturalizar la culpabilidad del más débil. “Algo habrán hecho”,
macabra idea de la misma escuela de pensamiento de los que buscan con cinismo
alguna culpabilidad en el comportamiento de las mujeres golpeadas.
Esa insensibilidad
extrema solo puede lograrse mediante la cosificación de las personas. No se
puede sentir empatía por una cosa porque es imposible que me vea reflejado en algo que
no tiene ningún punto de contacto con mi persona. La cosificación es el veneno
mortal de la empatía. Brutal transmutación de los ideales políticos, la patria
no puede ser el otro porque el otro es una cosa. No me sorprende que dentro de
un sistema en donde no se tiene como fin último el bienestar de las personas
sino el bienestar a una cosa, el dinero, se vacíe de humanidad a los individuos.
Vemos como se utiliza con intencionalidad manifiesta y de forma indiscriminada el argentinismo “ñoqui” para cosificar a la totalidad de
los trabajadores estatales y tener la posibilidad de hacer lo que se desee con
ellos frente una sociedad imperturbable y anestesiada al dolor ajeno. Mismo
destino parecen haber sufrido los vencidos, aquellos que antes eran rivales y a
los que hoy el revanchismo implacable los despojó de toda humanidad.
Tampoco existen muchas
alternativas para aquel que aún posea algún refugio donde albergar la
indignación y el espíritu combativo, porque las peores acciones parecen estar fuera del alcance del
hombre. Las medidas no son requeridas por los hombres, son requeridas por “el
sistema” y los efectos colaterales son, al parecer, ineludibles. La
intencionada deshumanización del sistema neoliberal es esencial para que la
gente pueda naturalizar, justificar o refugiarse en la inevitabilidad de los
hechos, frente a los peores ataques contra sus conciudadanos y hasta contra
ellos mismos. ¿Quién podría ser tan
necio como para levantarse en armas en contra de la naturaleza por el poder
destructivo de una erupción volcánica o la implacabilidad de un rayo? La
invisible mano del mercado nunca tiene rostro y luchar contra eso es tan inútil
como intentar abofetear el éter.
Un sistema que genera pobreza
y exclusión solo puede ser sostenible en el tiempo con la deshumanización del
aparato que genera esas consecuencias y la cosificación de aquellos pobres y
excluidos.
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