Solo quien tiene miedo puede ser realmente valiente. Esa frase audaz y en apariencia contradictoria me llegó de la manera más inesperada posible y me generó una pesadumbre y sensación de asfixia de esas que solo pueden generarte las terribles verdades que exigen ser pensadas. Esas verdades que a menudo te acercan a la brutal y desalmada sensación de mortalidad.
Resulta natural asociar la valentía a la vitalidad de la juventud. ¿Qué clase de valentía es esa? No se es valiente si no se sabe cuáles pueden ser las consecuencias de los actos. ¿Puede la valentía ser producto de la inconsciencia? Si no hay nada que temer no puede existir hazaña heroica. Gran parte de la temeridad de la juventud es producto de la inocencia y la inexperiencia propias de esa fase de la vida ya que la falta de vivencias es condición indispensable para ser joven.
El conocimiento genera miedo y el miedo prudencia. Mucho más meritoria es la valentía del hombre que actúa conociendo en carne propia la peligrosidad de sus actos. La acción que va a tomar le genera terror, pero aun así, decide igualmente arriesgarse a saltar ese abismo personal. Solo quien ha vivido lo suficiente puede experimentar la valentía de una manera tan valiosa. La vejez es una fase subvalorada de la vida que está repleta de una valentía extraordinaria.
El hombre es un ser de vivencias, las experiencias previas se van acumulando en su conciencia como cicatrices que condicionan sus experiencias futuras. Muchas veces el condicionamiento es inconsciente, un color puede generar temor, un sonido alegría y una expresión desconfianza. La conciencia tiene fobia a lo nuevo, a lo desconocido, a lo que no encaja en la estructura generada por nuestras ataduras del pasado. La mente es una maquina comparativa incansable, cada experiencia debe ser cotejada con el conocimiento previo. Somos orgánicamente prejuiciosos y nunca se es tan prejuicioso como en la vejez.
La vida es una inagotable fuente de nuevas experiencias pero a medida que la vejez se cierne sobre nosotros la espontaneidad de nuestras respuestas se va diluyendo en el vasto océano de vivencias previas. Lenta, pero incansablemente fuimos construyendo un castillo etéreo y nos aterra pensar que exista algo que no se ajuste a nuestra planificación urbanística. Siempre me sorprendió como muchas veces los niños, carentes de todo conocimiento previo, pueden tener reacciones y soluciones mucho más originales y creativas que un adulto. Resulta en extremo difícil mantener la creatividad en la vejez porque es un trabajo muy arduo desprenderse del conocimiento adquirido y objetarlo concienzudamente.
Hace cuatro siglos Francis Bacon decía que “el conocimiento es poder”, frase que hoy suena mucho menos audaz que la frase que me obligó a reflexionar sobre esto. Tal vez la excitación post renacentista generada por siglos de oscuridad intelectual era el asidero perfecto para pensar en lo revolucionario del hombre de conocimiento absoluto. El, tal vez menos estimulante, y seguro más pesimista siglo XXI en el que nos tocó vivir nos permite preguntarnos en qué punto podríamos perder el domino del conocimiento y que deje de ser una herramienta de poder para transformarse en un campo de concentración de ideas.
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