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Condenado a la Intelectualidad

La vida es un gran interrogante y cada respuesta encierra una nueva pregunta que amenaza toda esperanza de finitud. ¿Acaso debemos saberlo todo? El exceso de conciencia que tenemos por herencia evolutiva nos martiriza. Estamos condenados por nuestra constante necesidad intelectual de respuestas que no solo a menudo no se encuentran con facilidad sino que nos conducen a verdades que son realmente una tortura. ¿Qué frio corazón podría soportar con verdadero estoicismo la respuesta sobre el significado de nuestra vida? ¿Para qué estamos aquí? ¿Tenemos alguna misión? ¿Quién podría soportar como respuesta la futilidad de una existencia intrascendente?

No solo no tenemos la respuesta a esa pregunta esencial sino que el ser consientes de que la pregunta sigue ahí, latente e inconclusa, actúa como una carga sobre nuestra espalda. ¿Cuántas cargas colocamos sobre nuestra espalda por culpa de este monstruo insaciable que es la necesidad del hombre de cuestionar todo lo que lo rodea? ¿Cuántas preguntas tenemos inconclusas? Lo mismo que nos hace dominadores del mundo atenta contra nuestra seguridad y felicidad.

Cada vez parece más cierto que la intelectualidad y la felicidad en el hombre son inversamente proporcionales. Es una cruel verdad que toda felicidad esconde siempre un poco de ignorancia. ¿Se puede ser feliz inmerso en un mar de crueldad e injusticia? ¿Se puede ser feliz a costa de la felicidad de otros? ¿Se puede ser feliz con tantas dudas existenciales sin resolver revoloteando por nuestra cabeza? La ignorancia es una bendición en algunas situaciones, ya sea involuntaria o por elección. ¿Cuántas veces elegimos no saber? ¿Cuántas veces hubiésemos preferido ignorar?

El hombre tiene como meta el conocimiento absoluto y la respuesta a todas las preguntas, pero la verdad es que no podría soportarlas salvo que sacrifique su propia seguridad. Se cambia una vida tranquila, feliz e ignorante por una vida inestable atiborrada de escepticismo en busca de conocimiento y verdades que atentan contra nuestra tranquilidad. ¿Cuántos son los que pueden soportar los vientos y las mareas de esa vida de conocimiento manteniendo el barco a flote y en buen rumbo?

La mayoría podría lograr una relativa y envidiable felicidad con una parte de ignorancia, con algunas omisiones, desconocimientos voluntarios, desvíos de la mirada y por supuesto con la ayuda de algún que otro predicador que nos dé servidas en bandeja de plata un puñado de verdades hechas a medida que nos hagan sentir cómodos y seguros.

Tenemos este enorme poder de cuestionar hasta nuestra existencia pero no logramos soportar el peso de las verdades que encontramos en el camino. Seguimos prefiriendo engañarnos a nosotros mismos e intentar amoldar el mundo entero a nuestras necesidades de seguridad.

El hombre debería evolucionar en un ser más fuerte, más realista. Un ser que pueda soportar lo insignificante de su existencia y la injusticia de la realidad en la que vive con la serenidad necesaria para poder maximizar su felicidad y la de todos los que pueda tener a su alcance en la medida de su capacidad. Viviendo en su pequeña porción de realidad y buscando una trascendencia que existirá solo en la memoria de sus contemporáneos y descendientes.

Si no logramos superar esa barrera construida a partir del miedo, el conocimiento seguirá siendo una enfermedad y la ignorancia la medicina perfecta contra los males que este trae.


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