Una sociedad feliz. Ese ha sido siempre el ideal último del hombre desde el principio de sus días y después de tantos miles de años no solo no lo ha conseguido, sino que no se ha acercado en absoluto.
El hombre por naturaleza produce lo mejor de si en condiciones de tensión. Por alguna razón, la angustia y el sufrimiento son situaciones que abaten al hombre pero al mismo tiempo lo impulsan hacia logros mucho más altos y valiosos.
El hombre necesita estar en una posición de necesidad para comenzar a producir soluciones, saltos cualitativos que lo lleven a otro contexto más favorable. Cuanto mas angustiante y desesperante es el escenario más extraordinario es su actuar. Se podría decir que el hombre economiza su rendimiento intelectual y lo reserva para momentos de necesidad.
No se le puede reprochar este hecho ya que esta forma de actuar es una ley y principio de la naturaleza y el hombre no es más que el fruto más bello de aquella. Se desprende de la ley de causa y efecto que gobierna toda la materia en el universo, allí donde la necesidad clava su punzante puñal brota a borbotones la esencia de la vida.
La antropología siempre ha tendido a estudiar la evolución del hombre fraccionando la historia en hechos determinantes. Estos hechos siempre estuvieron y van a estar marcados con la desgracia. Todo parece indicar que los momentos felices son solo páginas en blanco en el libro de la historia.
¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué razón, cada vez que se produce un salto cualitativo en la humanidad este tiene que producirse a costa del dolor y el sufrimiento de los hombres?
Las respuestas a estos interrogantes se encuentran en el seno mismo de la naturaleza del hombre. Si este produce únicamente en condiciones de necesidad, ¿Qué pasaría si se alcanzara el ideal de la sociedad feliz? ¿Qué pasaría si toda persona en el mundo se sintiera realizada?
La sociedad humana carecería de las palancas que la impulsan a desenvolverse en el espiral evolutivo y ascendente de la vida. La felicidad y la complacencia ejercerían una fuerza tan grande que estirarían el espiral antropológico hasta formar un alambre recto, chato, sin sobresaltos, sin logros ni laureles. La vida del hombre se haría imperceptible.
Pero el ideal en si mismo ha sido siempre la fuerza impulsora del hombre en la historia, el hombre necesita de ese ideal, necesita vivir intentando alcanzar el cielo con las manos, pero también necesita que el cielo se aleje a cada paso que de.
El dolor y el sufrimiento son componentes importantes, ya que nos recuerdan que estamos lejos del ideal, el dolor manosea las fibras intimas del hombre haciéndolo reaccionar, el dolor lo indigna, pero no podría considerar su existencia sin el.
Se entiende, de esta forma, que los hombres mas revolucionarios de la humanidad caminen por un sendero repleto de sobresaltos, muy alejado del ideal social, porque es precisamente allí en donde la fuerza impulsora es aun mayor y la base ideal para lograr las obras más extraordinarias.
El hombre necesita del dolor tanto como el aire que respira. Es una de sus fuerzas vitales, un recordatorio de que esta vivo, que tiene un objetivo y un obstáculo por superar para llegar a su ansiado ideal, un ideal que secretamente no quiere alcanzar.
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